No sale una uva sin su etiqueta…

Por José Calderón Torres

“Pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la inscripción para identificarlas. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido…” .

Pensando en este fragmento de la novela «Cien años de Soledad» llegamos a la oficina de Enrique Murga Palavicini, gerente general de Label Perú SAC, algo así como “el rey de las etiquetas autoadhesivas del Perú”, sin cuyo producto –y claro también de la competencia- no se exportaría una sola uva, palta o mango ni podríamos saber las especificaciones de casi todos los productos que encontramos en un supermercado.

Label Perú SAC trabaja las 24 horas del día los 365 días del año, no se puede dar el lujo de parar y se dedica a colocar en cada producto peruano el idioma universal con el cual se zambullirá en el comercio mundial.
En este mundo de etiquetas, los contenidos del producto son decodificados con exactitud aquí en Perú, Roma o Kazajistán. Como otras industrias, ésta ha sufrido duramente los estragos de la pandemia. Inicialmente las órdenes de servicio se redujeron hasta en un 40 %.
Hubo ese temor con el aislamiento de China, uno de nuestros principales mercados, pero luego vinieron altos picos de demanda de agroexportaciones poniéndose al límite su enorme capacidad instalada.

Al entrar a la empresa se siente olor a tinta, hay un ambiente imprentero. Se siente el constante sonido metálico de decenas de máquinas flexográficas capaces de mezclar hasta 8 colores sobre cintas inacabables que se convertirán en millones de etiquetas. Todo es velocidad, como en un shaker y en todos sus ambientes, administrativos y de fábrica, circulan permanentemente unas 80 personas, que conforman su planilla.

Murga, amante de los autos, confiesa que treinta y cuatro años en esto no es suficiente para saberlo todo, siempre se aprende, pero es imposible olvidar los inicios bastante duros.
La pandemia, dice, fue otra prueba. Asiente quien está a su lado, su gerente comercial, Mavila Horna, quien, además, es su esposa. Ella comenta “Enfrentamos un mercado muy competitivo. sabemos a quienes nos enfrentamos y todos los días aprendemos de ello”. Murga se desempeña en la parte administrativa y Mávila en la comercial.

Una evolución silenciosa
Como toda industria, la del etiquetado ha evolucionado. “El producto se ha vuelto más detallista, entran más paletas de colores, y con la oferta tecnológica la gente quiere algo más llamativo. El cliente final no es consciente de los costos y tiende a pensar que el precio debe ser el mismo ”.

¿Qué ha cambiado? Hoy en día, básicamente, han migrado los datos principales, las artes, el color, el diseño, hoy cada etiqueta lleva un código de barras que va a ser escaneado aquí o en la cochinchina, indica Horna. “En realidad exportamos al mundo directamente nuestro producto mediante nuestro cliente local. “A veces nos han llamado de España indicándonos que la etiqueta es de tal característica y la producimos y entregamos a quien está haciendo el empaque para esa fruta que va para España”. Estas etiquetas son un medio para facilitar el comercio mundial, dice.

Con la corriente en contra
Cuando se desató la pandemia del COVID-19, Murga tomó una de las lecciones más duras: los compromisos no se detienen por más virus que existan.
“Los agroexportadores llamaban a cada instante ya que este, el de los alimentos, era el único sector que no se detuvo”.

De la agroexportación proviene aproximadamente el 50 por ciento de sus clientes. Si bien es cierto estas fueron el oxígeno que faltaba para pasar la ola, se paralizaron los pedidos de otros sectores, principalmente supermercados.

Ante la llamada “coronacrisis” se generó una nueva cultura y protocolos de trabajo, afectando la capacidad de producción. Solo quedaba seguir y seguir a pesar de todo. Eso permitió agarrar un ritmo frenético al punto que incluso el 28 de julio, que era feriado, todos estábamos trabajando porque teníamos que cumplir con un compromiso. “la fruta no espera, se madura y si cierran el contenedor muy tarde, ya no se exporta”.

Todo el proceso fue muy tenso, rebobina Murga, muchos empleados se enfermaron o no querían arriesgarse y buscar un reemplazo de maquinista era muy complicado. En Perú no hay una escuela que forme flexógrafos de etiquetas.

La crisis los sorprendió cuando estaban en pleno etiquetado de mangos que es el producto más difícil pues la etiqueta va en la fruta, recordó. “No es como el arándano que va en una plancha, en un plástico o la uva que va en cajas”.

Pero pese a la importancia de esta industria, algunos clientes descuidan la etiqueta y es lo último que consideran en su canal de abastecimiento logístico. “Dejan para la última hora la etiqueta, y luego la están pidiendo de un día para el otro y eso no es tan sencillo” sonríe Horna.

Una industria con muchos cambios
El mundo de la agroexportación, dice Murga, es de naturaleza muy volátil. “Los clientes varían sus órdenes por diversas circunstancias. “Nos sucedió con una empresa que tenía todo listo para exportar a China, grandes volúmenes. El COVID-19 cambió todos los planes, China cerró sus mercados y salieron en busca de otros. Los encontraron en Europa y Estados Unidos, pero eso significaba que los lotes de etiquetas preparados ya no tenían sentido y debía hacerse los cambios de un momento a otro. Un tremendo desafío para nosotros”.

“A veces en un packing está programada tal etiqueta, pero llega al día siguiente el gerente con una nueva idea, porque encontró un mercado que va a pagar 15 dólares más por caja, así que todo lo que se viene haciendo se para y se comienza a trabajar en una nueva etiqueta, una nueva versión para ese mercado”.
El problema, subraya, es que “las máquinas no están paradas esperando el pedido que sea, tienen una programación, un cambio repentino afectaría a otros clientes. Dar prioridad a ese cambio inesperado es inadmisible, porque hay que reandar pasos, desde las aprobaciones del cliente, los artes, bocetos a cargo del área de diseño, la programación en planta, acordar los clichés con los proveedores”.

Estos cambios ponen a tope la capacidad instalada, y ante una negativa los clientes se ven en aprietos y dicen, “pero han tenido que ampliar su planta”… pero no es tan sencillo, manifiesta Murga”.

Dilemas
Esta industria es tan tensa como la de la producción de un periódico, hay un cierre de edición, impresión y distribución, el cliente desconoce mucho de lo que hay detrás y suele quejarse de no ver a sus proveedores crecer a su ritmo.
En general, consideran, que el sector de la industria auxiliar no va de la mano con el agroexportador, Alguna vez un cliente le dijo “cada año noto más problemas con mis proveedores locales, su capacidad de producción no crece a nuestro ritmo”.

“Eso es cierto, pero hay un dilema, yo no puedo invertir para 4 ó 5 meses de campañas agrícolas… mi campaña son 12 meses, y ¿qué hago en los meses que tengo la máquina parada? Aquí hay leasing, hay temas de inversión, compromisos que pagar. Estamos en Latinoamérica, para invertir se piensa mucho. En el sector agroexportador pueden crecer 15% a 17%, pero el país no crece más del 4 %”.

Ante esto las empresas deciden comprar etiquetas al país vecino, así como traen ingenieros agrónomos especializados en tareas muy concretas. “Primero el bolsillo, luego la Patria, dicen, y claro, si en Perú cobran 5 y en chile 3 estas empresas van a lo más barato”, señala el industrial.

En Label Perú, el área comercial de la empresa libra una lucha diaria por ganar clientes, muchos dicen si, otros no, pero siguen en pie en un mercado donde cada vez hay más competidores chilenos.
“Hasta el año pasado muchos compromisos para etiquetar envíos de uva y arándano dependían de Chile, pero ahora el factor tiempo ha cobrado un nuevo valor, lo que juega a favor de la empresa peruana. Una etiqueta hecha en Chile tiene que subir al barco, pasar por la aduana, y a este paso van sumándose los días y la fruta se va madurando. Y es cuando entran a tallar Murga y su empresa “Yo estoy aquí si tienes un problema, si antes el problema era precio ahora es tiempo”.

Murga piensa que la desventaja peruana respecto a Chile es sobre insumos. “Acá necesitamos papel, películas y no hay una sola fábrica que los produzca en cambio si los encuentras en Valparaíso pues Chile si tiene esa industria de respaldo”.

Label Perú se ha posicionado en el radar de clientes tan grandes como Danper, Beta, Safco, pero sorprendentemente empresas chilenas se han sumado a la lista como Falabella y Ripley que antes traían sus etiquetas de sus países de origen. “Saben que es un dolor de cabeza la importación” explica.

En Perú solo existen 50 compañías flexográficas. El SENATI debería tener la carrera de flexografía pero solo dicta cursos de offset que son sistemas muy antiguos. La flexografía en línea ha avanzado mucho y se puede afirmar que su calidad ya está al nivel del offset de alta calidad.

“No puedo ir a la puerta del SENATI a ver quienes terminan este año la carrera de flexografía. Algunas veces nos ha tocado gente que desea aprender y le hemos dado oportunidad, pero llegan por un par de meses y se van porque creo que terminan en el mundo del offset” comenta Murga.

Para mostrar la brecha que nos separa de otros países, nos comenta que en Brasil hay aproximadamente 5 mil empresas flexográficas con respaldo de institutos, academias, una jungla de actividades, fabrican maquinaria, cada vez de más calidad, registro, impresión. “Nuestra maquinaria es brasilera, americana, china y eso implica que a falta de academia nosotros tenemos que preparar a los maquinistas al punto que algunas veces hemos traído técnicos de Brasil para que dicte cursos en Perú a nuestro personal durante dos semanas.
Las posibilidades de crecimiento de su empresa están en nuevos sectores como la bisutería o la acuicultura.

Comenta que esta es una más de las industrias, como la del plástico, que ha sido azotada por otro de los grandes males peruanos, la informalidad. Esta empresa paga planillas, tiene trabajadores formalizados con todos sus derechos, pero compite con otras que operan en condiciones pésimas.

“Así, muchas agroexportadoras sacan sus productos al exterior con insumos que salen de empresas informales, aunque sea una etiqueta”, finalizó.

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